el sol la orina de los transeúntes el amor hacia tus pies la cerveza derramada el miedo de los clavadistas el vacío de tu mirada
todo confluye en un caracol y él se lo traga
en el punto más ingrato del recuerdo un ciego toca un acordeón
a medio metro de mi rostro un payaso sonríe
ejecuta el mismo acto varias veces
todos ríen con insólita sorpresa
avanzando entre las voces me dirijo hacia un extremo del salón
fugaz, adhiero mi cuerpo al lugar más próximo a la mesa, ahí, tan sólo hace falta estirar el brazo para atrapar entre los dedos caramelos de innumerables colores, vasitos de gelatina o un puñado de galletas de animalitos
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sostengo en una mano dos canicas, las observo, puedo ver en cada una un diminuto reflejo
la pequeñez es sublime
todo girando todo redondo
lucecitas y colores en un baile interminable
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ya casi es hora
los puños se comprimen y aquietan
una fila se extiende hasta perderse en una puerta
huesitos nerviosos se anudan alrededor de un garrote multicolor
de lo alto, una anatomía de cartón se balancea alegre
forma breve
el séptimo golpe le arrebata el nombre
sangra golosinas y baratijas
un charco cubre el suelo entre sonrisas
mi respiración estalla en una furia ciega
atravesando un muro de cuerpos un llanto sucio precede un alarido:
entreguenme la cabeza!
yo tengo sus ojos!
yo tengo sus ojos!